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Regresar a Mosul, un dilema para los cristianos escarmentados con el grupo EI

Haitham Behnam, un iraquí cristiano que huyó de la violencia en Mosul, posa en su taller en Erbil, Irak, el 20 de julio de 2017 afp_tickers

“Allá no hay seguridad, ni protección para los cristianos”, afirma Haitham Behnam. Para él la vuelta a la ciudad iraquí de Mosul de la que fue expulsado por el grupo Estado Islámico (EI) es algo que ni se plantea pese a la derrota de los yihadistas.

“Es mejor quedarse aquí y callarnos”, ironiza el cuarentón, que se instaló en 2014 en el Kurdistán iraquí tras la llegada de los yihadistas del grupo EI a Mosul, la segunda ciudad más importante de Irak.

“Vinieron a nuestras tiendas. Nos dijeron ‘no tenemos nada contra vosotros, si os molestamos decídnoslo’. Una semana más tarde era ‘los cristianos fuera'”, recuerda este excomerciante textil.

Cuando se apoderaron de Mosul, en junio de 2014, los yihadistas dieron un ultimátum a la pequeña comunidad cristiana local de unos 35.000 fieles: convertirse al islam, pagar un impuesto especial o irse de la ciudad si no querían ser ejecutados.

Hoy en día, aunque las autoridades iraquíes proclamaron el 10 de julio la victoria, volver es una opción muy complicada para los miles de cristianos que en tres años han reconstruido sus vidas lejos de allí.

– “Lavado de cerebro” –

“Aunque quisiéramos volver, no podríamos”, asegura Behnam, con la ropa sucia por el aceite usado.

Para cubrir las necesidades de su familia, este hombre con dos hijos trabaja como mecánico en un pequeño taller que alquila en los suburbios de Erbil, capital de la región autónoma del Kurdistán iraquí.

“A lo largo de estos tres últimos años ha habido un lavado de cerebro. Incluso los niños se han convertido en (gente de) Dáesh, se les enseñó a degollar”, dice furioso, usando un acrónimo en árabe del grupo EI.

Uno de sus clientes asiente. “Yo, si fuera cristiano, no volvería a Mosul hasta que los habitantes demostraran que están dispuestos a aceptarme”, afirma Omar Fawaz, un musulmán originario de la ciudad.

Al final de los combates sus padres regresaron a Mosul, pero su casa estaba ocupada por las fuerzas de seguridad.

“De inmediato los vecinos nos dijeron que tomáramos la del cristiano, que se encontraba a cuatro casas de la nuestra”, recuerda el ingeniero de 29 años.

“Es la misma mentalidad”, añade. “En las mezquitas predican contra el (grupo) EI (…), pero los salafistas estiman que los cristianos no tienen cabida”.

– “No queda nadie” –

Cuando se fue de Mosul en 2014 Esam Butros lo perdió todo. “Cinco comercios, dos casas, de la noche a la mañana tienes que empezar de cero”, recuerda.

Tuvo que vender el coche para pagar los tres primeros meses de alquiler de una tienda en Erbil y convencer a sus abastecedores en Turquía de que le proporcionaran mercancía sin pago previo.

Ahora el negocio va bien. Tiene una tienda de dos plantas, con perfumes, cosméticos, bolsos y vestidos de colores.

No ha olvidado sus tiendas de Mosul, que no ha vuelto a ver. “Quiero regresar por el trabajo, soy optimista. Pero sin familia, es difícil correr riesgos con la familia”, precisa.

Una de las vendedoras de la tienda, Samaher Kiriakos Hanna, huyó de Bartalla, una pequeña ciudad de mayoría cristiana cerca de Mosul.

“Teníamos miedo de que el (grupo) EI nos matara, de que se llevaran a nuestras hijas, estábamos aterrorizados”, recuerda con voz temblorosa esta madre de tres niñas, la mayor de ellas de 13 años. “Vimos lo que hicieron con nuestras hermanas yazidíes”, muchas de ellas convertidas en esclavas sexuales del grupo EI, suelta.

Ahora Hanna trabaja para poder reconstruir su casa con la esperanza de volver un día. Pero se enfrenta a un dilema.

“Aquí estamos bien. Hay de todo, comida, conseguimos alquilar una casa, hace un año que trabajo”, afirma esta mujer de 37 años, peinada con coleta y calzada con unas zapatillas deportivas.

“Si nos garantizan nuestra seguridad, volveremos”, afirma con prudencia. “Pero ¿y mis vecinos, mi hermana, mis hermanos? Todos emigraron, no queda nadie, solo yo”.

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